España es un país energéticamente deficiente. 

No sólo tenemos déficit económico, sino energético. La mayor parte de nuestra energía depende de fuentes externas. Así las fuentes de las que somos más dependientes son primero el gas y luego el petróleo. A continuación, casi en igualdad, carbón, nuclear e hidroeléctrica, con las demás detrás en cantidades más pequeñas. De estas, las dos primeras son de importación casi al 100% y de las 3 siguientes, sólo la hidroeléctrica es producida en su totalidad en nuestro territorio.

Se ha intentado un cambio de rumbo en nuestra política energética fomentando las energías renovables como la fotovoltaica, hidroeléctrica y eólica. Pero el problema de las mismas es su escasa rentabilidad económica (que no energética, más adelante explicaremos este concepto).

El problema de las energías renovables, gracias a las cuales seríamos energéticamente autosuficientes, es que debido a la crisis económica, el Gobierno ha reducido (incluso anulado) la financiación pública. Esto ha generado que las centrales fotovoltaicas hayan dejado de montarse, porque hoy por hoy, excepto la eólica, estas energías renovables no son rentables. Hoy la más rentable debido a los avances en investigación y a las mejoras técnicas, es la eólica por lo que está creciendo rápidamente y se aproxima a la hidroeléctrica. 




En la energía eólica el rendimiento de un aerogenerador de hace diez años no tiene nada que ver con el actual, que ya se aproxima al coste real de la producción de energía, mientras que el de hace diez años era tres veces más caro. En diez o quince años la energía eólica se ha abaratado casi tres veces. La cuestión clave es si la investigación que se hace en España en este campo revierte o no en el sector productivo energético español.
El problema ha surgido que en cuanto se han retirado las ayudas, se han dejado de montar instalaciones de renovables al no ser rentables. En realidad es que la política energética no ha si sido programada para el desarrollo de esas energías, subvencionando el I+D+i de estas instalaciones. Se ha optado por ayudar a montar una instalación, pero a la siguiente que se construya siempre se le han de exigir mejoras técnicas respecto a la anterior. 

Todo esto desde el punto de vista económico, pero desde un punto de vista ambiental, la parte más perjudicada en entornos socioeconómicos de crisis, se ha demostrado recientemente, que la energía más económica es la fotovoltaica. 

Para valorar si una instalación es energéticamente rentable se evalúa tanto su balance energético como las emisiones de dióxido de carbono necesarias para la producción y transporte de cada componente de la instalación (análisis de ciclo de vida).

Así, una investigación de la Universidad Politécnica de Cartagena (UPCT) ha demostrado este extremo, afirmando que la energía fotovoltaica tiene una gran rentabilidad tanto en términos medioambientales como energéticos, ya que siempre genera más energía de la que hizo falta para fabricarla.
Para la investigación, se estudió la generación de energía en una instalación fotovoltaica, y concluyó que la inversión de esa instalación desde el punto de vista energético se rentabilizó en solo dos años.

Además, según la investigación, esta energía es la más adecuada para luchar contra el cambio climático y el efecto invernadero integrando paneles solares en los edificios para minimizar el impacto visual.

Asimismo, la tesis explica cómo el impacto ambiental de los paneles solares cambia en función del lugar en que se fabrican y, especialmente, donde se instalan, y elegir la combinación óptima puede evitar la emisión de hasta 20 veces más toneladas de dióxido de carbono a la atmósfera.

La tesis apunta que el lugar idóneo para fabricar paneles solares es Brasil, gracias a su mix energético, que es muy limpio, mientras que Sudáfrica es el país más adecuado para instalarlos debido a su alta irradiancia solar y mix energético sucio.

Como se puede ver, habría que establecer una política energética más lógica, fomentando la investigación en energías limpias para con ello:


  • Conseguir instalaciones económicas rentables y así fomentar su instalación, sin ayuda de subvenciones que pagamos todos los contribuyentes.
  • Independizar nuestra economía y modo de vida del petróleo y gas externo.
  • Conseguir un balance energético (analizando energías generadas y consumidas para la implantación de las instalaciones) positivo.
  • Ser punteros en este tipo de instalaciones verdes y poder exportar nuestra tecnología al resto el mundo. Ser conocidos por nuestra tecnología e ideas, y no por nuestros trenes y obras faraónicas con dudosa rentabilidad socioeconómica.