Hace casi 30 años que se firmó el protocolo de Montreal, uno de los más exitosos acuerdos internacionales por la protección del medio ambiente, en el que se firmaba un acuerdo para acabar con los gases clorofluorocarbonados (CFC). Estos gases estaban presentes en aerosoles y equipos de refrigeración y climatización y eran los principales responsables de la desaparición de la capa de ozono al alcanzar la estratosfera, donde se disociaban por acción de la radiación ultravioleta, liberando el cloro y dando comienzo al proceso de destrucción de la capa ozono. La gran proliferación de su uso en los años 70-80, unido a la gran persistencia de los mismos (de 50 a 100 años) ha provocado que la restitución de la capa de ozono sea muy lenta, y sólo 30 años después podamos ver los resultados de la restricción del uso de los CFCs.

La capa de ozono, una región de la atmósfera cargada de moléculas formadas por tres átomos de oxígeno, es fundamental para bloquear la radiación ultravioleta de alta frecuencia que llega del sol. Estas radiaciones causan cáncer de piel y, al ser más energéticas, causan la destrucción de la capa de hielo de la Antártida. 

Hasta ahora, solo se había logrado que el ozono desapareciese cada vez más despacio de la atmósfera. Pero ayer, un artículo publicado en la revista Science hizo públicos los primeros datos que avalan que ya no sólo no desaparece, sino que se está regenerando.

Tras tomar muestras desde el año 2000 el MIT ha llegado a la conclusión de que, por primera vez, la capa de ozono sobre la Antártida no solo ha dejado de perderse, sino que empieza a recuperarse.

Los investigadores han constatado que el agujero de ozono se ha reducido en más de 4 millones de kilómetros cuadrados desde 2000, cuando la reducción del ozono estaba en su apogeo. El equipo también demostró por primera vez que esta recuperación se ha ralentizado un poco, a veces, debido a los efectos de las erupciones volcánicas de año en año, pero, en general, el agujero parece estar en un camino de curación.